“Si ponemos una rana en una olla de agua hirviendo, inmediatamente intentará salir. Pero si ponemos la rana en agua a temperatura ambiente, y no la asustamos, se queda tranquila. Cuando la temperatura se eleva de 21 a 26 grados, la rana no hace nada, e incluso parece pasarlo bien. A medida que la temperatura aumenta, la rana está cada vez más aturdida, y finalmente no está en condiciones de salir de la olla. Aunque nada se lo impide, la rana se queda allí y termina cocinándose”.
¿Por qué le ocurre esto a la rana? Parece ser que su aparato interno para detectar amenazas a la supervivencia está preparado para cambios repentinos en el medio ambiente, no para cambios lentos y graduales, por lo que no llega a percibir los cambios de temperatura.
Como le pasa a la rana de la parábola, a menudo no somos capaces de notar como cada día nos desviamos un poco más del camino que nos hubiera gustado llevar, de lo que nos hubiera gustado ser, de nuestros sueño…, hasta el punto incluso de no hacer nada por remediarlo.
Quizás de repente nos preguntemos: ¿qué ha pasado con mi trabajo? ¿Por qué voy sin la motivación e ilusión con la que empecé? ¿Cuándo se han hecho mis hij@s tan mayores? ¿Desde hace cuánto me he distanciado tanto de mi pareja? ¡Qué mayor me veo de repente!
Los cambios graduales, pequeños pero continuos, aunque tienden a pasar desapercibidos, provocan graves consecuencias en nuestras vidas. Por eso, qué importante es pararnos de vez en cuando y dedicarnos unos minutos a pensar: ¿dónde estoy? ¿Es aquí donde quiero estar? ¿Debería cambiar algo?
La vorágine de la vida muchas veces no nos permite incorporar el hábito consciente de la supervisión en los diferentes ámbitos de nuestra vida. Pero, si simplemente nos dejamos llevar, puede que nos ocurra como a la rana de la parábola y solamente notemos aquellos cambios más bruscos que nos hacen sentir incómodos pero no los cambios pequeños y continuos.
María José Ortega