Hace apenas unas décadas, nadie ponía en duda la importancia del Cociente Intelectual como criterio de excelencia en la vida. En aquel tiempo, todos los debates se reducían a si este cociente tenía un origen genético o si por el contrario, era producto de la experiencia.
Pero algo cambió. Gracias a diversas investigaciones, irrumpió en escena una nueva expresión: la inteligencia emocional. Pocos se imaginaban en aquel entonces, la repercusión que este concepto tendría en la actualidad.
Desde aquel momento, han surgido muchos mitos en relación al cociente emocional. Por ejemplo, en algunos sitios he leído afirmaciones tan arriesgadas como que el CE explica en torno al 80% del éxito y el CI el 20% restante. Aunque esto sea solo una estimación, no podemos olvidar que son muchos los factores que determinan ese 80% y no tienen por qué estar estrictamente ligados a la inteligencia emocional. Como, por ejemplo, la salud, la educación que hemos recibido en nuestra familia, nuestro temperamento, el simple azar, etc.
Sin embargo, lo que sí está demostrado es que en algunos dominios, las habilidades emocionales tales como la autorregulación emocional y la empatía, son más decisivas que las competencias estrictamente cognitivas. Pongamos un ejemplo. En el caso de la salud, está ampliamente contrastado que “las personas que gestionan de una manera más consciente y sosegada su vida afectiva gozan de una salud comparativamente mejor”. En el ámbito de las relaciones personales y el amor, todos hemos visto hacer cosas muy estúpidas a personas muy inteligentes. Por otra parte, en el ámbito laboral, el CI predice el escalafón profesional al que puede acceder una determinada persona. Pero, ¿qué ocurre cuando hay que determinar quiénes, de un amplio abanico de personas con un alto CI, acabarán alcanzando una posición de liderazgo? Son los factores relacionados con la Inteligencia Emocional (y no el CI o las habilidades técnicas), lo que mejor “discrimina” de entre un grupo de personas igualmente inteligentes quiénes de ellos mostrarán una mayor capacidad de liderazgo.
Por lo tanto, ¿cómo mejorar nuestra inteligencia emocional para así tratar de alcanzar la mejor versión de nosotros mismos? Es importante desarrollar estas 5 competencias básicas:
- El conocimiento de las propias emociones. La clave de la inteligencia emocional es la capacidad de reconocer un sentimiento en el momento en que aparece. Si no somos capaces de percibir qué sentimos, estamos a su merced. Las personas que tienen una mayor certeza de cuáles son sus emociones, suelen dirigir mejor su vida porque tienen un conocimiento seguro de cuáles son sus sentimientos reales (por ejemplo, a la hora de escoger una pareja, o un trabajo).
- La capacidad de controlar las emociones. La capacidad de tranquilizarse uno mismo, de no dejarse llevar por la angustia, la tristeza, la irritabilidad, etc., es una habilidad esencial. Quienes tienen desarrollada esta competencia, batallan menos con las constantes tensiones de la vida y se recuperan mucho más rápidamente de los contratiempos.
- La capacidad de motivarse a uno mismo. El control de la vida emocional resulta sumamente importante para mantener la atención en los objetivos y no en los obstáculos.
- El reconocimiento de las emociones ajenas. O también llamado, empatía. Es decir, saber colocarnos en el lugar del otro, nos ayuda en nuestras relaciones sociales, laborales y en desenvolvernos con naturalidad en nuestro entorno. Las personas empáticas suelen sintonizar mejor con las señales sociales que indican qué necesitan o qué quieren las personas.
- El control de las relaciones. No solo es importante reconocer la emoción del otro, sino también relacionarnos adecuadamente con eso que siente.
Aunque todos poseemos inteligencia cognitiva e inteligencia emocional, esta última aporta, con diferencia, la clase de cualidades que nos ayudan a convertirnos en nuestra mejor versión. Si consideras que te falta desarrollar alguna o varias de estas competencias esenciales de la inteligencia emocional, en Healthy Work te podemos ayudar.
María José Ortega