En nuestra sociedad cada vez nos encontramos con ambientes más exigentes, por lo que no es de extrañar que nosotros mismos nos pongamos cada vez normas, objetivos y metas más exigentes. La autoexigencia viene de querer que las cosas nos salgan bien, y tenemos la idea de que cuanto más nos esforcemos más probable es que lo consigamos. Sin embargo, cuando no alcanzamos esas metas, es fácil que nos sintamos tristes y frustrados.
Pero ¿qué podemos hacer para reducir estas exigencias que tanto daño nos hacen?
Lo primero es crear un listado de todas las exigencias que tenemos, y dividirlas entre las que nos impone nuestro entorno tales como “Haz galletas caseras para la reunión de padres del colegio”, y entre las que nos imponemos nosotros mismos, como podría ser “Tengo que aceptar todos los retos que me ponen mis jefes para darles una buena impresión”, o “Debo de ir a todos los partidos de fútbol de mis hijos para ser un buen padre/madre”.
A continuación, te sugerimos que generes esa lista de exigencias y asignes prioridades. ¿cuáles de estas exigencias son relevantes, cuáles son urgentes?, Podríamos darles un orden y rechazar las que no sean importantes. Lo que está claro es que podemos incluir tiempo libre para descansar y recargar energía en ese orden de metas y prioridades.
Por último, debemos reconocer nuestros límites, qué tareas no puedo realizar o a qué eventos no puedo acudir. Debemos de recordar y aceptar que todos tenemos estos límites, y que podemos equivocarnos. El error nos ayuda a aprender nuevas formas de hacer las cosas. Aprender a delegar es otra manera de saber lidiar con exigencias muy altas.
Aprender a controlar nuestra autoexigencia es un proceso largo, que se entrena a diario, en el que, además, influye la forma de comunicarnos y nuestra valoración de nosotros mismos. Si necesitas que un profesional te ayude a manejar tu autoexigencia no dudes en ponerte en contacto con nosotros.
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