Una de las cosas que más nos impide avanzar en la vida y más sufrimiento nos causa, es la diferencia que a veces existe entre la realidad y cómo pensamos que esta debería ser. Cuanto mayor es esta diferencia, cuanto mayor son las falsas expectativas, más infelices somos.
¡Cuánto tiempo gastamos idealizando las cosas y cuántas energías a menudo invertimos en tratar de cambiar situaciones o personas de nuestro entorno! Y cuántas decepciones nos acarrea esto.
Hay una oración que me gusta mucho, se llama Oración de la Serenidad (es como un mantra en Alcohólicos Anónimos) y dice así: “Señor, concédenos serenidad para aceptar las cosas que no podemos cambiar, valor para cambiar las que sí podemos, y sabiduría para discernir la diferencia”. Somos más felices y nos encontramos tranquilos cuando aceptamos lo que nos toca vivir, controlamos lo que está en nuestras manos e invertimos energías en las áreas que podemos cambiar y dependen únicamente de nosotros.
Hay que tener en cuenta que aceptar no significa resignarse. Resignarse supone tomar una actitud pasiva frente a lo que nos ocurre. Pero en lugar de lamentar nuestra suerte o tomar una actitud de resignación, podemos preguntarnos qué es lo que nos queda y qué podemos hacer para restablecer el equilibrio en nuestra vida. De hecho, incluso podemos pasar la vida entera esperando algo mejor para descubrir al final que ya lo teníamos y no habíamos sabido verlo. Decía Helen Keller que “cuando una puerta de la felicidad se cierra, se abre otra. Sin embargo, a menudo nos quedamos observando la puerta cerrada tanto tiempo que no vemos la que se nos acaba de abrir”.
Recuerda que aprender a aceptar, es dejar de sufrir.